viernes, 11 de mayo de 2012

Baldomero Fernández

Me presentaron a Baldomero una tarde de primavera cuando estaba en la ducha después de ir a correr por el parque. Mi madre, toda emocionada, y eso que odia a los perros, no pudo aguantar la ilusión y, en brazos, pasó al baño a enseñármelo cuando mi hermana lo introdujo en casa con algo de nocturnidad y mucho de alevosía.

Tras las primeras 24 horas de adaptación, comenzaron los problemas. Y es que el pequeño cachorro, deponía donde le venía en gana, mordiendo  todo tipo de muebles y demás. La consola de mi madre fue un digno mordedor perruno. El Politus de los muebles debe de dejar un buen sabor, y Baldomero no era un gran gourmett como lo fue luego.

Luego vinieron las patrullas nocturnas y la comedura de zapatillas. Pero bueno... cosas que pasan con los cachorros. 

El animalito, fuera de saber que el cuarto de baño perruno está en la calle, nunca ha sabido ir atado. Nunca ha obedecido mucho, y a menudo se ha escapado, o bien regresando por su cuenta a  casa , o bien siguiendo el rastro de alguna perrita. Olfato no le ha faltado, ni tampoco apetito. Siempre he dicho que es una aspiradora con patas. A cambio, ha sabido aceptar la llegada de mis sobrinos, desplazándole momentáneamente,  haciendo honor a su sangre, ignorando a los pequeños infantes que campaban por su territorio.

El caso es que, chino chano, se ganó con rapidez, y  se ha ganado, el cariño y la simpatía de todos, en especial, y es lo curioso de mi madre, a la que, cuando aún tenía algo de vitalidad, seguía, acompañaba, y protegía de los terribles peligros de las bicis de montaña en el Monte del Pardo.  Y ahora, que con ¿catorce? años, sordo como una tapia, con poca vista, con un pequeñito club de fans en Facebook, y muchos dolores, parece que tiene que dejar este humano mundo.

De pequeño me aseguraron que existe el denominado cielo de los perros. Ahora lo imagino lleno de longanizas, perritas de buen ver, y sofás.

Buffer se va para allá. Fijo

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A ver, a ver